martes, 20 de octubre de 2009

Taller de Técnicas de Expresión Escrita

Autora: Natalia Jessica Castilla Aybar
Número de palabras empleadas: 521 palabras
Tema evaluado: Recursos rítmicos



He dejado la prisión de hormonas uniformadas

He dejado la prisión de hormonas uniformadas, territorio de inocentes animales que están a punto de volverse en impuras bestias incontrolables. Prisión de paredes guindas descascaradas por la humedad de la atmósfera. De patios inmensos testigos de colapsos por jóvenes anémicas que conservan sus esqueléticos cuerpos sin conciencia alguna. De profesores aburridos y malhumorados alertas no sólo a las bolas de papel, sino, también de las victorias de la CGTP. De salones odiados los lunes por las mañanas y olvidados los viernes por las tardes. He dejado la prisión de hormonas uniformadas, más barranquinas que el puente de los suspiros, que jamás olvidaré: mi colegio 6051.
He dejado esas carpetas llenas de corazones blancos flechados escritos por manos ociosas de las más ilusas púberes, que piensan en príncipes azules bellos, guapos, inteligentes y fieles hasta en los pensamientos que nunca existirán. Desgraciadas carpetas que perdían su color marrón oscuro barnizado, por uno blanco con olor acrílico y que en su mayoría de veces cumplía el rol de compinche en los momentos de examen.
He dejado de oír a esas estúpidas chicas creídas que se juraban Kudai más bellas aún, con sus catálogos de Cyzone, perfumes Dancing Night, labiales con olor a cereza, y esmaltes escarchados. Sus espejos y pinzas víctimas de la brutalidad adolescente en busca desesperada de belleza imposible. Dispuestas a menospreciar a cualquiera que no tenga las cejas depiladas, exhibían sus rostros manidos cubiertos de maquillaje.
He dejado las chompas, corbatas y faldas sin chiste, sin aire, sin alma; insípidas telas planchadas una hora antes del martirio; los zapatos y manos lustradas con betún y las ligas, compañeras del pollo a la brasa, indispensables para domar las medias perezosas que deseaban delatar mis glaciales piernas.
He dejado de ‘tapar’ a las fugitivas, hartas de los cuadernos, que cuya misión era estar en fiesta en fiesta; en brazos de galán en galán, hasta saciar las hormonas trastornadas que gritan a los cuatro vientos la palabra sexo, para así terminar en las comisarías con los cabellos desordenados después de la tremenda tunda recibida por sus madres descuidadas. Aquellas jóvenes, fruto de padres ficticios, que buscaban amor en botellas de ‘Punto G’ y en luces sicodélicas y que por buena o mala suerte no conseguían más que un aborto y unas lágrimas en las borracheras de jueves por la mañana.
He dejado la hipócrita acción de saludar a la directora, hermana de la caridad, símbolo de respeto, admiración, y honradez que publicaba en la hora de la formación o reuniones de padres de familia y que, después de tal ‘teatrito’, se llevaba en su billetera, que también incluían su estampita del Sagrado Corazón de Jesús, el dinero del APAFA, sudor de las frentes de todos los padres convencidos de la reputación intacta de tal rata de convento.
Y sobre todo, he dejado de compartir con lo que más quería de aquella prisión de hormonas uniformadas, mis grandes amigas, que como yo, no entienden de universidades ni de institutos, solo de ‘palomilladas’ y de paseos a Chosica con los tapers con arroz y huevo frito.

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